Por Bárbara Barreiro, jefa de Capacitación de BW Comunicación Interna.
Los líderes son vitales para el desarrollo de una organización. De ellos y del tipo de liderazgo que ejerzan dependerá la cultura de la compañía, el clima laboral y el grado de bienestar de los equipos: guían, impulsan, inspiran; desde sus acciones (y no sólo sus discursos) son un ejemplo a seguir.
Pero no cualquier líder aporta valor desde su rol: depende del entrenamiento de ciertas actitudes y de cómo las destaque. ¿Cuáles son las habilidades más apreciadas? ¿Qué comportamientos y competencias logran mejores efectos? Acá un breve resumen para que impacten a favor.
Promover una cultura de aprendizaje positivo. Generar conversaciones que aporten sentido, significado y muevan la energía de las personas para crear el futuro deseado. El uso de una conversación generativa nos permite ayudar a otros a ver “lo que podría ser” y “ lo que es posible” partiendo de la valoración de la persona.
Cada pregunta, conversación y contacto con alguien modifica el sistema; el reconocimiento y la valoración se comparte y multiplica. Una cultura de aprendizaje positiva le da visibilidad a todo lo que “hacemos bien” para seguir desarrollándolo.
Conectar y ser empático. La desconexión no permite saber qué puede estar pasando en un grupo de trabajo y que es lo que está generando esa distancia en el desarrollo del negocio y en los equipos. La empatía y la escucha se generan con mayor fuerza en el espacio presencial y por eso las compañías tratan de sostenerlos.
Además, el ritual de encontrarse trabaja sobre la identidad de ese grupo, del sentido de pertenencia que circula desde los líderes hacia los colaboradores y al revés.
Conocer a sus equipos. Responder a las necesidades que tienen, de recursos, herramientas y uso de plataformas colaborativas, entre otras cosas. Estos 3 aspectos sirven de base para generar un espacio en el que la gente se sienta motivada y con ganas de participar.
Es algo que se construye también con un componente de atracción y beneficio; celebrar y reconocer los logros es parte fundamental de la motivación. Hay que ver cómo trabaja la persona, no solo sus resultados o su forma de explicar lo que hace.
Impulsar el desarrollo. Liderar implica guiar, interpelar, educar y orientar, pero siempre desde una perspectiva de servicio. Si hay observaciones deben hacerse desde la oportunidad de mejora, logrando que la misma persona llegue a reflexionar sobre su propio desempeño. Las nuevas generaciones, además, valoran mucho la posibilidad de aprender más allá de los ascensos.
Les interesa acceder a una oferta amplia de capacitación, experimentar en proyectos innovadores, y en especial, generar un impacto en la comunidad o el mundo. La posibilidad de aprender y dejar una huella en el mundo, mueve a las personas a lugares soñados.
Confiar. Desde un paradigma del control el otro se percibe como una competencia o amenaza. Esto no permite que el líder se muestre vulnerable o que manifieste que hay cosas que no sabe hacer, por un tema generacional, o simplemente porque no logró desarrollarlo, y esto le genera miedo de perder su poder o autoridad.
¿Cómo se corta ese círculo? capitalizando la experiencia e identificando qué habilidad me falta, para, luego, generar una transparencia en la gestión que permita poner sobre la mesa aquello que necesitamos saber, asumiendo que siempre estamos en un proceso de aprendizaje.
Avanzar en un propósito común. Si hay un propósito claro y significativo, todos lo creamos y trabajamos por eso. El propósito fomenta de manera genuina, la efectividad del trabajo y su sentido. En las compañías más evolucionadas, guiadas por un propósito, los líderes acompañan y estimulan la potencia de cada equipo.
Los líderes deben sentirse parte de una comunidad,compartir entre ellos todo lo que les está pasando y tener una visión del lugar hacia el que quieren ir. Hoy sabemos que cuando el conocimiento se comparte, el crecimiento se potencia y estimula junto a la motivación de las personas. En ese camino los líderes tienen mucho que aportar.